Y debo decirlo. En mi barrio hay unas niñas que están bien buenas. Hay una de ellas que me trae loco.
Es de tez clara, mejillas sonrosadas y pronta a sonreír ande el más mínimo asomo de testarudez, ternura o perversión. Sus ojos son café, hipnóticos, y tiene una descuidada melena castaña que le cae sobre la espalda hasta las caderas y que le sienta perfectamente, unas hermosas piernas y unos suculentos pechos superdesarrollazos que intenta cubrir infructuosamente.
Es realmente tierna, casi un ser celestial. Es una niña muy educada. A pesar de su terrible carácter se siente mal si se despide de alguien sin haberle regalado al menos una sonrisa de esas que solo a ella le sientan tan bien. Realmente nunca hemos entablado una conversación pero se, por ese brillo en sus ojos, que es una joven muy inteligente y audaz, que se hace la loca para lavarse las manos, Si, la loca mansa de la calle.
¡Ay, mi niña! Ese retrato que tengo de ella: parada en la acera, la lluvia cae sobre sus mejillas y recorre su bello rostro hasta caer en sus pechos, donde salpican las gotas en gloria y la vida vuelve a empezar. Me mira con esos ojos asesinos y me regala una sonrisa en secreto que nadie más ve. La verdad, me tiene loco.
Nota: Cuando lo escribí, me sentia hombre. ¡Ja!
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