Esa noche no quería dormir. Pensé que podría hacer alguna otra cosa, como pensar o escribir.
Tomé algunos libros, una libreta y un lápiz, unos diccionarios y un montón de ideas de cómo matar mi obsesión. Subí al acama y me senté. Comencé a pensar en hombres, esos a los que quiero pero que siempre mal interpretan y que tiene una mala impresión de mí.
Pensé que no soy la única mujer, que esos hombres algún día encontrarían a otra más a aún menos complicada y que probablemente seria pronto, si es que ya no había comenzado a suceder.
Escribí.
En un momento de locura solté el lápiz y comencé a pensar nuevamente. Quise volver as escribir, pero ya era tarde. Me quedé así, sentada, inmóvil, pensando. Sentía como si cada pensamiento me amarraba y no me permitía moverme. Tuve miedo, pero simplemente no podía dejar de pensar.
Cerré los ojos y los apreté fuerte, entonces todo alrededor de mí desapareció y me sentía caer al vacío, recorriendo distancias inimaginables en todas direcciones con cada cosa que llegaba a mi mente.
Sentía que el vacío me tragaba y que yo estaba en todas partes, pero a la vez, la infinita inmensidad parecía tan pequeña como para hacerme sentir asfixia. Me sentía atrapada, sin aire, en una pequeña caja flotando a la deriva en millares de dimensiones diferentes. Quería volver a la Tierra, pero no fui capaz de detener el pensamiento, no pude dejar de pensar.
La desesperación me hizo llorar. Lloraba de la impotencia, y las lágrimas se elevaban en el aire antes de convertirse en la misma nada, o talvez era yo quien caía.
Esa noche intenté ser, pero no pude hacerlo. Todo porque simplemente no podía dejar de pensar.
Grité un nombre que no recuerdo, y me sentí triste al ver que ese a quien llamaba no existía allí, ni en ninguna otra parte. Lloré más amargamente por la soledad. Me sentía sola.
Abrí, al fin, los ojos, pero seguía sola. Me acosté para intentar dormir, pero no podía, así que pensé.
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