jueves, 17 de noviembre de 2011

“Ay, amiga, si te cuento…”

Ay, amiga, si te cuento… La vida aquí es dura, el aire es pesado y el agua sucia. Te digo, es realmente dura la vida aquí. Cuando una tiene hambre, tiene que ir al pueblo, que es una caminata de cuarenta y cinco minutos a pié, a comprar para lo que dé la quincena. La vida aquí es dura, muy dura.

Y cuando una se encuentra con un tipo, una, por desesperación, siempre cree que se la van a llevar de vuelta para la capital pero no, la usan a una y se van. Qué vida la mía aquí, siempre dura, muy dura. Entonces una quiere morirse de la vergüenza porque el tipo que creías que te iba a llevar a la capital resulta ser el hombre de tu prima y entonces ella se entera y se lo cuenta a la familia. Te digo, aquí todo es duro.

Aquí el sol siempre está ardiendo, sin importar la hora. Hay veces en las que llueve, pero la tierra se pone pastosa y una no puede ni salir a bañarse. Y entonces cuando se seca, se quiebra y una tiene que comenzar todo el trabajo desde el principio. Las cosas aquí son duras, amiga, aún más duras que cuando el rio nos comió la casa y el agua nos llenó los pulmones. Demasiado duras, diría yo.

Ay, amiga, qué vida ni más dura.

viernes, 23 de septiembre de 2011

María lava la ropa.

 

María entra a la habitación, recoge toda la ropa sucia y la apila frente a la cama. Se sienta, lo mira a los ojos, a sus inexistentes ojos lo suficientemente irreales como para ser de entes divinos, omnipotentes y creadores. Le ama. Es su amor, el hombre de su desdichada vida.

Sonrie. “Es mucho mejor verte sonreir que verte desnuda”. Sonrie. Se desnuda. “Eres hermosa”. Le da miedo, se esconde.

Maria lava la ropa. Toma la ponchera azul, la llena de maloliente ropa sucia, la coloca en su cabeza y camina hasta el rio, como siendo mujer de mentiritas. Coloca la ponchera en la orilla y echa el jabón en el agua.

Antes de mojar la ropa, la toma entre sus manos y memoriza su olor: huele a hombre perdido y a amor frustrado. Toma la ropa y la introduce en el agua, la moja, la deshace, la olvida.

Cuando terminó de lavar la ropa ya era otra mujer, diferente a la Maria que lavaba, diferente a la Maria que cargaba la ponchera, diferente a la Maria que amaba y se moría de tristeza; ahora mi Maria es la Maria que desaparece poco a poco mientras lleva una ponchera azul curtida y vacia entre las manos, la que no se desnuda después de un rictus patético, suplicante, pero infranqueable porque se le antoja mal visto, la que está sola y es la inmensidad misma.

Pronto el rio esta vacio y de desgasta en sus causes la pasta de jabón.

Maria es una buena chica. Una triste chica. Un día me contó que compró Rayuela porque creía que el chico que le gusta la amaría si lo leía. Me dijo que nunca pudo leerlo, su mente se blockeaba. Es la chica mas triste de toda la calle.

“Nada. He existido” diría Sartre, y yo tuteo con calma. “¡Mención especial a la frase de las heces de burro que es tan pero tan hermosa!”.

Amaba las mujeres que Maria era antes de aprender a desnudarse tras un rictus patético, suplicante, pero infranqueable. Esa que lavaba la ropa pero no la volvía inmensidad al tacto, la que bailaba al ritmo del merengue en mi salsa, la que tenia la risa de diosa, la que me miraba con ojos que piden, la que era hermosa aun sin sus manos maltratadas.

Con las manos bien cuidadas no hay cosa más triste que pasarse el día con las tres mismas canciones de The Smiths como soundtrack. Es casi doloroso.

“Last night I dreamt that somebody loved me”, “I know it’s over”, “Unlovable”. Entonces suena “The boy with the thorn in his side” y te meas de la risa. Eso. La cosa es que María no habla inglés, no lo entiende, y se muere sin saber lo miserable que era en verdad.

Cuando Maria sepa que escribo sobre ella, se morirá de la vergüenza. Cuando sepa que olvidó el jabón en el rio, que se deshizo, que ya no es solo suyo, sino de todos los entes divinos, omnipotentes y creadores de su pueblo, deseará nunca haber amado a esos ojos inexistentes que no merecen la pena, que la hacen inmensa, que dan miedo, que no son mas que dos bolas de palabras de aire, pleonasmos gastados y palíndromos dichos por decirlos, de mierdas y coños intangibles, de ojos que son lo que son. Cuando por fin sepa que María es María y que ambas son ella, desaparecerá, y perderá la inmortalidad que por pena le he regalado.

Lava la ropa. Sonríe. “Eres hermosa”. Se muere. Me muero.

María entró a la habitación, recogió toda la ropa limpia y la clasificó por colores en pilas sobre la cama. Se sentó, lo miró a los ojos, a sus inexistentes ojos lo suficientemente irreales como para ser de entes divinos, omnipotentes y creadores. Le amó.

Toma la ropa, la introduce en el agua, la moja, la deshace, se olvida.

lunes, 9 de mayo de 2011

VI

Cada día era lo mismo. La misma rutina de siempre. Despertaba, tomaba una ducha, desayunaba y se iba al trabajo. En las noches, iba a la librería y se traía consigo unos treinta libros que jamás leería, solo los organizaría en los estantes que llenaban las paredes y los dejaría allí para siempre, intocables, magnificentes.

Ah, puta que era.

Miserable.

Me sentía miserable. Me dolía el pecho. Escuchaba a La Roux y me sentía aun peor. Mi madre estaba en la sala. Me sentía miserable. Leía a Carlitos y me sentía miserable. Pensaba y me sentía miserable. Me dolía el pecho. Era miserable.

Había, al fin, luz, pero estaba atrapada en mi habitación con la cicatriz de una erección en la mano y ganas de morir. Sí, que miserable. Y luego vinieron las sombras y me dio miedo. Lamí mi mano y la ame, la ame por estar sucia, la ame por ser tristemente una puta, la ame por ser real, la ame por las marcas que había en ella: cálido y líquido supuesto amor.

Las sombras salieron de la habitación y yo las seguí confundida hasta la calle, pero me dio miedo la gente que llenaba el aire y volví adentro. Había un hombre en mi cama que me miraba y me pedía que me pusiera una falda y me la levantara para él. Lo hice. Sonrió y me le acerque, pero él me hizo a un lado y me dejo.

Que triste… ¡Que miserable!

sábado, 9 de abril de 2011

Letras de aire, en el aire.

Cuando estaba más pequeña (7-9 años aproximadamente) tenía la manía de escribir en el aire cuando caminaba, cuando estaba parada, cuando me sentaba. Escribía lo que pensaba, lo que acababa de decir o lo que los demás hablaban a mí alrededor. Recuerdo que cuando cometía un ‘error’ escribiéndola, sentía la necesidad de borrarlo y escribirlo correctamente. Pensaba que si no lo corregía esas palabras me atormentarían por toda mi vida, y así era. Bueno, al menos hasta que cometiera otro error y olvidara el anterior.

Cuando iba caminando, sentía que dejaba esas letras en el aire, y que cuando volvía a pasar aún estaban allí. Era hermoso, y aterrador.

Dejé de hacerlo después de unos meses, pues ya tenía la casa, las calles, todo lleno de letras de aire acumuladas, y me asfixiaban. Las palabras amontonadas unas sobre otras parecían un cuento, de esos no-me-leas-no-tengo-sentido-alguno o de esos así como léeme-no-tengo-sentido-completo-pero-soy-hermoso.

Siempre quise hablar de ellos, pero nunca me atreví, por miedo. ¿A qué? ¡Y yo qué sé! Yo no sé nada. Por eso quiero volver a escribir letras de aire, para hacer un cuento nuevo, de esos así como ‘léeme-soy-tu-ilusión’.

sábado, 19 de febrero de 2011

14/02/2011


Llegamos al mar

y se me hizo tan fácil

el verte a los ojos

y plantarte un beso

en tu mente frágil.


Se me hace tan fácil

el mirarte a los ojos

y robarte un beso

de tu mente fácil.


Se me hace tan fácil

el comerme tus ojos

y regalarte mi alma

con tan simple plan


Porque me perteneces

y, aunque no lo quieras

me robas un beso

así, tan fácil

llegando al mar.

jueves, 10 de febrero de 2011

10/02/2011



Cuando yo

tengo una

tiza azul

pierdo

la cordura.


Y, cuando

la niña

me

roba

la tiza

me pongo azul.


Cuando yo

tengo una

tiza azul

pierdo

la cordura.


Y cuando

el hombre

me toma

y me hace

tiza

yo

me pongo

azul.


miércoles, 9 de febrero de 2011

09/02/2011



El tipo

que

tiene nariz

no sabe

cómo

respirar.


Pero

¿qué

importa?

Igual

pronto

perderá

su nariz.

miércoles, 12 de enero de 2011

No.

 

-¿Quieres, muchacha?

-No.

-¿No?

-No.

-¿Segura?

-Segura.

-Bueno

-Bueno.

-En fin. Te lo pierdes. Era volta.

-No queria volta, de todos modos.

-Y si. Si querias, linda.

-¿Y tu como sabes eso?

-Me lo pediste.

-Mientes.

-Miento. Pero no importa que mienta ahora, si igual te vas.

-Me ire.

-Vete.

-Adios.

 

El hombre prende un cigarrillo y se queda fumando toda la noche sentado en un feo banquillo, dejandola ir.