jueves, 9 de febrero de 2012

¡Levante la mano izquierda y desjure insolentemente!


"Escribir un cuento en un cuaderno azul es malo para la salud mental".

Cuando aprenda a leer el tarot, cuando sepa qué coño es un "príncipe de Gal", cuando pueda decir un palíndromo por decirlo, cuando sea mujer y corte duramadres a zarpazos, cuando mis pantaletas sean negras y mis corpiños amarillos y sin flores, cuando mi pelo sea blanco y se vea negro, cuando me pese la sangre, cuando vuelva a ser negra en negación, cuando mi dios se vaya de Córdoba a Pekín, cuando se me gaste la voz y me muera de amor, sudando, asfixiándome; cuando tenga los ojos rojos y las pestañas pegadas, cuando mi "Discurso del método" sea quemado por calor, cuando María deje de lavar tantas putas veces la misma jodida pieza de ropa, cuando mis inviernos sean granos de habichuela y dulce de coco con batata, cuando aquel señor de canas verdes y azules reescriba la novela y el chico quede con su chica, cuando me duela el brazo de ser tan magia y tan poca inmensidad, cuando me canse y decida vivir, entonces ahí moriré.

No moriré de hambre, deseo o derrota. No moriré sin sueños truncados, sin dedos húmedos y llamados Juan, Pedro y Jeremías, como los novios que la puta de enfrente que me inventé para no sentirme tan miserable; sin chocolate afrodisíaco ni Luisas que dejan de cortarse las uñas de vez en cuando creyendo que a alguien le interesa, sin Migdalias que reescriban mierda y eso se convierta en su único cuento que amerite un "está bueno" del travestremista moderno que la tiene cabeza en las nubes y carne a la hoguera y, sobre todo, sin Alejandros que ofrezcan sexo sin amor, a cambio de una salida de la rutina y bisturies sin esterilizar.

Soy de esas que creen que lo metafísico sabe a venganza, que cuando muera no lo sabré porque dejaré de ser lo que era para convertirme en otra cosa, así como Mariana con sus camisas azules y los pantaloncillos que usa por comodidad.

Soy de esas que no necesitan nada, porque no relacionan una cosa con la otra. Curiosa, despierta, siempre presta a parir tres hijos en cuarenta y cinco segundos tan solo para que Benjamin Franklin sea y sus piernas duelan. Soy rebelde, me niego a morir de placer.

Peleo por creer que todo es una mentira y que nada es más real que la abrazante inmensidad. Peleo por que todos los Lucas y Joels del mundo tengan sabor a miel, por demostrar que lo marrón no existe y los racistas son unos pobres esquizofrénicos.

Escribo para probar que es cierto lo que dice aquel libro, solo libro, hojas, tinta seca, no más, de que de la abundancia del corazón habla la boca. Digo, si es que acaso el corazón y la boca existen y no son otros de los inventos de los cobardes que tienen miedo de vivir para llanamente morir. Escribo para que mi "existencia" no sea efímera, sino un inmortal rictus de la onmipotencia de la deidad de su preferencia. Escribo para pensar y, por tanto, ser. O para ser y, por tanto, pensar. Pero eso no importa mucho. Lo que importa es que las lágrimas son de roca y las rocas son de sangre y mis manos están quirúrgicamente listas para matar de amor.




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